básicamente consiste en tropezar,
caer en el barro una y otra vez,
levantarse como si no hubiera pasado nada,
mirar al sol a la cara
y girar los retrovisores convenientemente
para que apunten al asfalto.
Caminar a tu lado observándote de reojo
y sonreír como un tonto,
recorrer todo el viaje de ida
y el de vuelta
sin dejar de pensarte,
cerrar las heridas que nadie abrió,
hacer cientos de borrones
y ninguna cuenta nueva,
todo eso
también forma parte de la ruta
como si en realidad
todos los mapas estuviesen equivocados,
y sólo nos guiáramos
mediante dibujos en las paredes
dando tumbos sobre un pentagrama
al que le faltan los dos últimos compases.