26 de julio de 2010

se me acabaron tus presencias, ya sólo te recuerdo ausente

Tanteabas con la mirada antes de lanzarte, como quien prueba el agua con los dedos del pie. Nadie quería apostar por ti, pero no podían evitarlo: te habían visto atravesar la gran avenida con todos los semáforos en verde, aullando a la luna convertida en un gato con demasiadas historias que contar. Eras una especie en extinción, y tratabas de disimularlo bailando sola, mirándote de reojo en los escaparates, durmiendo como una mariposa sobre un disco de vinilo. Como no sabíamos amar siguiendo los guiones y las partituras, tuvimos que aprender a improvisarnos el uno al otro; crecernos en el espejo cóncavo del parque de atracciones, para luego aterrizar en la realidad sin monedas en los bolsillos ni ganas de volver a casa. De las películas que vimos juntos sólo logro recordar tus piernas apoyadas en el asiento de delante, como un desafío tímido en plena oscuridad. Realmente, pensábamos que éramos invencibles, que nada nos podría tumbar, pero nos sobró drama; amaneceres extraños y billetes de metro que caducaban como el hechizo de la Cenicienta.

Ahora sólo te quedan dos alternativas para arrancar la hierba del jardín: puedes saltar el muro o simplemente derribarlo ladrillo a ladrillo. Si lo prefieres puedo dejar la luz encendida, aunque no creo que sirva para nada a estas alturas del cuento. Estamos en los extremos opuestos del tablero, y alguien se entretuvo sembrando de minas nuestros recuerdos. El tiempo de las flores tendrá que esperar; ya no me quedan cerillas con las que encender tu sonrisa.

5 de julio de 2010

Salvar el mundo en tres pasos (de baile)

Amanece y el chico sin sombra está tratando de recoger todas las piezas. Sabe que es tan difícil que no deja de intentarlo. En el otro extremo de la calle, la chica sin alas llora por algo que ha perdido incluso antes de saber qué es. Los dos piensan, todo sería mejor si, pero hay demasiados condicionantes, demasiadas alternativas y un único sol, que les calienta pero que nunca es suficiente. Se han cansado de jugar a perseguirse, de pronunciarse y negarse en los labios de otros como si nada más importara. Hay llaves por todas partes, pero el chico sin sombra olvidó qué puertas tenían algo que mereciera la pena al otro lado, y la chica sin alas acaba de regresar de un viaje eterno entre el humo de los cigarrillos y los ecos de las últimas risas. Ahora sólo quiere salir a bailar, aunque a estas horas los pocos bares que siguen abiertos no son nada recomendables; así que se contenta con caminar por el filo con los ojos cerrados e inventar un lenguaje en el que el amor no duela tanto. Como si aún quedaran muebles que salvar, nudos que desatar. Ha enfriado cada emoción hasta convertirla en un cristal de hielo, algo que tener a mano y arrojar si es necesario.

Tienden a encontrarse de una forma inconsciente, mientras recorren un camino invisible, de camas deshechas, ciudades que nunca existieron y de una certeza pesada y rápida como un zarpazo, que va creciendo y creciendo y que acaba por sumergirlos en una realidad diferente. Así fue la primera vez, y todas las demás han ido repitiendo el mismo estribillo con pequeñas variaciones. Cambia la decoración de la habitación del hotel, las pintadas en la pared del baño de caballeros. Pero el mensaje sigue siendo el mismo aunque pretendan enfrentarse a él.

El chico sin sombra es un árbol que surge solitario en medio del desierto por el que camina a tumbos la chica sin alas. Antes de que acabe la canción le susurra al oído: puedo secar tus lágrimas con mis hojas, pero no me pidas que siga tus pasos.