31 de octubre de 2009

tareas pendientes

Cántame una canción de tren. De ésas en las que pareces escuchar la lluvia rebotando fuerte sobre la chapa del furgón, y son tan reales que serías capaz de dibujar las vías, persiguiendo la luna en mitad de la madrugada. Cierras los ojos y vuelves a ser una niña, frágil, vulnerable. Tal vez nunca deberías cerrar los ojos en presencia de ciertos hombres. Dime lo que pretendes encontrar y puede que invente algún sitio por el que empezar a buscarlo, intentaré que sea lo suficientemente lejos y no tengamos motivos para echarnos de menos. Mientras juegas a despeinarme tratamos de decidir en silencio quién es el culpable, quién debe hacer el esfuerzo por mantener esta historia en pie; pero lo más terrible fue haber añadido todas esas palabras a nuestro diccionario: esfuerzo, flote, sacrificio. Sé que nunca te gustaron los finales tristes ni la última hoja de los calendarios; siempre preferías abandonar la sala a oscuras, con la pantalla iluminando tu pelo, sonreír al pisar la calle y mezclarte con los asistentes al desfile. Ahora tú estás pensando en escapar de aquí con las primeras luces y yo también; el blanco y negro acabó por consumirnos casi sin darnos cuenta, y los engranajes simplemente se oxidaron y dejaron de funcionar. Lo único que nos mantiene atados la certeza helada de que, aunque tomemos caminos opuestos, es inevitable que nos volvamos a cruzar.

25 de octubre de 2009

A la chica que esquiva mis palabras

haciéndome sentir como el peor lanzador de cuchillos del mundo, mientras se deshilacha el inventario de las oportunidades que cayeron por la borda cuando se desató la tempestad. Todas las mañanas se vuelven trampa en cuanto doblo tu esquina, y ya no quedan mapas del tesoro que consigan alejarse de tu reflejo distorsionado. Como si en la puerta de cada bar me encontrara tu fantasma, encendiéndote un cigarrillo con ese gesto tan propio en un intento furtivo por atrapar la luz de tus ojos. Alcanzaré la costa al amanecer, echando al fuego todos los restos de temporada: los poemas del hierro y del vino, aquellas chicas que bailaban y reían esperando a que nos acercáramos. Calmé mi sed con tus lágrimas de papel, pero cuando te busqué para darte las gracias ya te habías enterrado en una historia de ésas que me solías contar. Estoy contra las cuerdas y ni siquiera ha empezado el combate.

13 de octubre de 2009

a sunday smile

Es un lamento antiguo, de dos mil años, largo y lento como si la tierra bostezara; se despereza invadiendo mares y generando enormes olas a su paso, ululando su pena innombrable. Todos se estremecen cuando lo escuchan, como una puerta que se abre y deja entrever la soledad lúcida de una sabiduría más vieja que el propio mundo. Al cerrar los ojos la carretera desaparece, y sólo queda el sonido reverberando en todas partes. La niebla nos envuelve el corazón, acariciándonos por dentro, y el vals nos mece de un lado a otro con un murmullo imposible de imitar. No hay manera de escapar, respiramos esta música porque forma parte de nuestro código genético. Y sin decir una palabra nos cuenta historias de noches eternas, cuando no había nada, tan sólo estrellas en el cielo y rocas en el desierto. Es la música que permite que los pulmones de un recién nacido empiecen a funcionar de manera inconsciente. Y no nos abandona, no dejamos de escucharla ni un solo momento, hasta que los latidos van disminuyendo su frecuencia, en un fade out suave que se funde en el silencio. Como la caravana de gitanos se aleja del pueblo, y su música se desvanece lentamente en el viento del sur.

3 de octubre de 2009

no es la ausencia quien devora...

Desde mi mesa junto a la ventana del restaurante la veo cruzar la calle. Lleva un enorme sombrero y su pelo moreno cae suelto sobre los hombros mientras apura un cigarrillo. Camina decidida entre los coches y la gente, y nada de lo que la rodea puede rozarla, es una criatura extraña que nada tiene que ver con cualquiera de nosotros. No tengo claro hacia dónde se dirige, creo que ni ella misma lo sabe. Yo dejo de ordenar mis cerillas usadas, cojo el abrigo y pido la cuenta, pero cuando salgo no queda ningún rastro del ángel: sólo leones rojos y pájaros de fuego atrapados en una tormenta eléctrica. Al alejarme y notar como su recuerdo va habitando los huecos, creciendo y transformándose en pasado, pienso, sólo al dejar de apostar puedes perder la partida.