16 de septiembre de 2008

observatorio

¿Qué es lo que me mantiene en pie?

El fuego. La forma mágica en que seis cuerdas pueden arrancarme una sonrisa o partirme por la mitad. La extraña luz iluminando las aceras al volver a casa el sábado; saber quién permanece cuando el agua ya cubre las rodillas. Los corazones que siguen latiendo bajo los escombros con ese misterioso ritmo irrepetible. La voz-espejo de Bob en don´t think twice. El sonido de los vasos al chocar, ahuyentando todas las alternativas a fantasmas y recuerdos tristes. La sensación de alivio que recorre como pétalos mis venas cuando escucho alejarse la tormenta y celebro que sí, que esta vez he logrado sobrevivir. El brillo en la mirada de alguien que no me conoce pero sonríe al cruzarnos por la calle. Un puñado de fotos de la infancia que aparecen por arte de magia, nadie sabe muy bien de dónde, pero que tienen el mismo efecto que una autopista hacia el sur. Aún conservo la energía de aquellos momentos; después el mundo se vino abajo y tuvimos que inventar nuevas escaleras de incendios como esta. Caballos negros galopando sobre la orilla de cualquier playa en un rincón del continente. El último verso de culminación del dolor. El silencio denso y metálico un instante antes de echar a correr bajo la lluvia, que cae fría, seca sobre los hombros desnudos. Sentirme acompañado, vivo. Llegar, y después permanecer; por ese orden.

Todo eso me mantiene en pie. Y apuesto a que no existe oscuridad capaz de hacerme caer, al menos mientras recuerde los motivos por los que una vez me levanté.

6 de septiembre de 2008

vértigo y ecos

El acróbata siempre tiene la respuesta correcta, sea cual sea tu pregunta. Lleva más de una vida recorriendo el alambre, y aún no sabe qué encontrará al llegar al otro lado. Simplemente focos, murmullos y algún aplauso tímido. Cuando se siente a gusto cuenta que una vez estuvo a un paso de conseguirlo todo, pero que le faltó valor y dejó pasar la oportunidad. Por eso ahora se prueba a sí mismo en paseos interminables a quince metros de altura. Es capaz de desnudar tu alma sólo con mantenerte la mirada durante unos segundos, y eso te hace sentir vulnerable y a la vez cómodo, con una sensación de hogar que raras veces encuentras. Te enseña sus viejas fotografías, la caja de cartón donde guarda su vida ya gastada. Al final de la carretera dorada no hay ninguna señal para indicarte que ya has llegado, dice, y cada vez que caes lo único que te queda es levantarte y volver a intentarlo. El alambre está ahí para que tú camines sobre él, a pesar de lo fácil que resulta darte la vuelta y cerrar los ojos. Negar lo ocurrido.

El acróbata no ha perdido nada, porque nunca tuvo nada que pudiera perder.