28 de agosto de 2008

naufragios

Intentas disimular, hacer oídos sordos cuando las canciones de la radio te escupen sus mentiras piadosas. Jamás se te dio bien aparentar o fingir sonrisas cuando en realidad querías llorar, aprendiste demasiado tarde a no ser tan transparente. Ni la luz del bar se atrevía a acariciarte, estabas más allá de todo. Y cuando se vaciaba un espacio, corríamos a ocuparlo, a habitarlo con nuestra estudiada incapacidad para recordar los nombres de las flores y las calles donde nos abrazamos. Para mirar a los ojos al sueño y caminar con los zapatos en la mano sin hacer ruido al salir. Y hoy no puedes lamentarte por las cosas que has perdido, porque realmente nunca tuviste sombra, ni falta que te hacía. Entre nosotros abundaban los intercambios de estados de ánimo, fugaces luciérnagas como diamantes microscópicos desordenados entre las sábanas. Las fortalezas de arena en la orilla. Todo eso se quedó atrapado entre dos páginas de un cuaderno cuyas tapas imitan un mosaico de San Mateo. Y el cuaderno olvidado en el fondo de un cajón para el que aún no has fabricado la llave. Así de breve, así de denso es el instante en el que dos miradas deciden tomar caminos opuestos. Cuántas cosas tenemos pendientes, cuántas batallas nos quedan por perder todavía. Nadie tiene la culpa, pero estos días se escapan despacio y sólo nos dejan humo sobre la piel y hojas secas en el paladar.