29 de abril de 2007

tienes que perder

No te he contado que siempre intento alejarme de las multitudes, escapar de cuerpos geométricos que tienen demasiados vértices y ángulos obtusos. Por eso necesito respirar hondo, pensar dos veces cada movimiento como si esto fuera una partida de ajedrez eterna. Nunca me queda claro el reparto de papeles, y tiendo a confundir al protagonista con ese actor secundario sin frase que simplemente aparece en escena en el momento más inoportuno. Así que trátame como material frágil, decide bien en qué categoría encajo, porque llevo mil viajes con el billete equivocado encima, y uno más podría hacer volcar el barco. No me hagas mucho caso ni me tomes tan en serio, porque puede que esto sólo sea emocionante visto desde fuera, aquí dentro cuesta encontrar las palabras necesarias y hay demasiado en juego como para saber por quién apostar. Recuerda que a veces es un error tratar de sacar ventaja en situaciones desfavorables, y nadie se detiene en un cruce para preguntar cómo se sale de él.

25 de abril de 2007

cinco formas distintas de pronunciar tu luz

Te desperezas sabiendo que por mucho que vacíes la mochila, hay cosas de las que ya nunca vas a poder desprenderte. Me miras y tiemblo un poco, tal vez porque sé que eres la única persona capaz de desmontar toda la estructura que me permite seguir mirando hacia delante con sólo parpadear y es forma de sonreír. Y en el fondo por eso estás aquí, porque sabes lo vulnerables que podemos llegar a ser si la cuerda se tensa demasiado y termina por romperse. Y también porque hay cosas en el universo que simplemente parecen encajar, como si toda la vida se detuviera por una fracción de segundo y ahí nos desprendiésemos tú y yo, dos desconocidos que por alguna extraña razón comparten manual de instrucciones. No hay nada que sea tan complejo ni tan permanente como para evitar que giremos, que mantengamos este imposible equilibrio de los desencuentros de carrusel.

18 de abril de 2007

fistful of love

Aunque no lo creas, sigo perdiendo todos los partidos en el tiempo de descuento, equivocándome en el tercer compás y recordando más de la cuenta. Grabando en el disco duro momentos que cuando ocurrieron fueron breves, intrascendentes y se han convertido en largas agujas que se esconden a la vuelta de cada esquina. Tengo en la cabeza la lista detallada de cada uno de esos instantes: a veces fotografías en color, pero la mayoría son en blanco y negro. Y almaceno un mapa de la destrucción, un rincón de las noches más negras y los días sin sol, para volver a pasear por sus calles desiertas de vez en cuando. Reconozco mi incapacidad para descolgar el teléfono, pero no es algo innato, más bien se convirtió en una asignatura obligatoria en mi aprendizaje, y suspendí varias veces hasta que me convertí en todo un experto. También intento apagar incendios ajenos, pero no consigo controlar los que se desatan aquí, como relojes de arena que se rompen en mil pedazos y hacen que el aire se vuelva irrespirable. Soy el reflejo de un millón de diminutas escenas, puestas una detrás de otra sin ningún orden en particular, y todas juntas forman una película que no te gustaría ver, un documental que nunca termina y que pesa como sólo pesan los tiempos muertos que insisten en resucitar justo cuando sube la música y bajan las luces. Son pasados que quieren seguir tomando todas las decisiones importantes, cajones abiertos que no tienen fondo ni soportan cerrojos.

3 de abril de 2007

para la niña de salitre

Nos conocimos por dentro antes que por fuera, y por eso hay ciertas cosas que nunca te digo, que no caben en ninguna lista porque están flotando en el aire, en un equilibrio imposible en el que nadie es capaz de asegurar si eres frágil y te estás haciendo la dura o todo lo contrario, o tal vez depende del momento. Por eso hay veces que prefiero respirar y disfrutar del placer de sentirme en casa en tu silencio aunque ninguno de los dos estemos de acuerdo con la definición oficial de esa palabra. Y como me conoces de una forma tan compleja, directamente la raíz y después, mucho después, las ramas, sabes bien de lo que hablo. Porque te llenaste la voz de orillas accidentales al intentar llegar antes que tu sombra a la felicidad, ahora repartes sonrisas como paraguas contra este cielo gris que nunca te hace justicia. Y no necesito decirte todas esas verdades que te han dicho tantas veces y que se convierten casi en tu segunda piel, prefiero bucear un poco y detenerme un momento en el pequeño gesto que pasa desapercibido. Porque no hay normas escritas desde el mismo instante en que nos encontramos, cuando veníamos caminando sobre raíles paralelos y nos cruzamos en el punto de inflexión de dos vuelos sin motor a punto de aterrizar de emergencia. Como una puerta que está siempre entreabierta, a la que es inevitable asomarse con veneración, apenas un misterio intuido. A partir de entonces has seguido creciendo dentro de mí como has hecho con cualquiera que se haya cruzado en tu camino, un poco cada día hasta que la respiración se acostumbra al fuego y el hielo a la vez, todo en su justa medida, recogidos allá por donde has ido buscando razones y finales para los cuentos de luz y para los de oscuridad, esos que nunca acaban como querías, sino como esperabas. Formada como tu playa, a base de sedimentos, huellas de otras vidas que has interpretado, que te han ido perfilando. Porque cada vez que apareces pienso que tu tiempo se expandió mientras yo me limitaba a ver arder las cerillas, y ahora estás siempre a dos manzanas de distancia, dispuesta a compartir una cerveza y un espacio que ya estaba ahí desde antes, antes incluso de que amaneciera. Así que sólo puedo ofrecerte garantía de continuidad: todo acaba pasando, las caras y los cuerpos se alejan y se diluyen en el tiempo, pero hay un puñado de permanencias, como caracolas que nos sirven de referencia cuando nos rodea la niebla: si te parece bien, me quedaré hasta que se apaguen todas las llamas, hasta que se enfríen las cenizas, y después si quieres un ratito más todavía. Un grano de tu arena vale más que todas las estrellas fugaces juntas.