31 de diciembre de 2006

recámara

Es evidente que este momento llegaría: ahora estás a punto de caer, y ya no eres tú la que habla sino esa angustia de saber que en cuanto toques el suelo se echarán sobre ti como lobos hambrientos. Te preguntas en qué parte de la película te levantaste dejando el patio de butacas desierto, y qué tienen que ver ellos en este final de la escapada. Al fin y al cabo, sólo se limitan a vivir la vida que dejaste a medias junto a la nevera, la descargan como un revólver contra el suelo, sin saber que hace ya mucho tiempo que te diste la vuelta tapándote los oídos. Ya ni siquiera puedes decírselo a los ojos, tan sólo lo pones por escrito y vas dejando copias en cada buzón que encuentras, siempre amaneciendo en camas ajenas. Hubo una época en la que era divertido poder decidir cada paso que dabas, sentirte un punto más sobre el alambre, iluminada por los focos, pero todo lo bueno se acaba, deja una espina amarga, y lo peor es que nadie te avisa cuando estás perdida, todos reducen la velocidad y esperan para verte rodar. Estás en el punto exacto de no retorno, de entre todas las opciones, lo más inteligente sería lanzar una moneda al aire para elegir de qué lado prefieres desplomarte. De todas formas, yo no le daría demasiada importancia a todo eso; nunca te preocupó cómo quieres ser recordada. Es tu estilo de vida: cuanto más alto subes, más cuchillos te esperan abajo.

5 de diciembre de 2006

un motivo como cualquier otro

Ya sabes cómo funciona, ella traía detrás un largo recorrido y yo sólo aspiro a tren de cercanías, así que no había mucho más que hacer, aguantar el tipo y esperar a que algo, lo que fuera, ocurriese, como quien espera junto al arcén en mitad de la tormenta. Además tenía la suerte en contra, y en este mundo hay demasiadas cosas por las que luchar como para añadir un corazón roto a la lista. Planté cara un par de veces más y pensé en capitular, tirar la toalla, pero uno tiene alma y no se da tan fácilmente... de todas formas la empresa merecía la pena, créeme, pocas veces he encontrado diamantes en bruto a la luz de una vela roja y con ese sonido de fondo, parecía que se acababa el mundo y ella y yo separados por un precipicio. Hacía un rato que las puertas estaban cerradas, de modo que no había salida posible, ni siquiera una escapatoria de emergencia, y en ese momento necesitaba más que nunca aire fresco, una bocanada de vida que no llegaba. Me limité a perseguir el brillo de sus ojos de aquí para allá, buscando los rincones ocultos de la vía láctea. Corriendo sobre los raíles pasé toda la noche, balanceándome al ritmo que marcaban mis botas sobre la gravilla. Cuando amaneció, descubrí que ya estaba demasiado cansado para pensar con lucidez y me limité a devolverle la mirada, con frialdad no pretendida esta vez, y empezar a escribir.