23 de mayo de 2004

Cuando conté mis demonios

Nunca esperes demasiado de mí. Es lo más cómodo para los dos, nadie saldrá defraudado. Prefiero no escuchar el pistoletazo de salida, ni apagar la luz de la mesilla cuando me voy. Desde el espejo del baño intuyo tu silueta bajo las sábanas; no me quedan colores para pintarte una vida lejos de aquí. Esta noche tampoco veremos estrellas fugaces. Mira bien, fíjate en los bocetos de las paredes: todo es gris, distintos tonos de gris. Vivimos en la periferia de la cotidianeidad, entre el mando a distancia el gas natural. Pero cierras los ojos. Te apartas el flequillo. Haces sonar tus pulseras y enciendes un cigarrillo. La cinta de vídeo se rebobina, y gotea el grifo del lavabo. Pequeñas cosas, como migas de galletas en la almohada. Tendré que aprender francés, llevar siempre el carnet encima, dejar de escribirte en los descansos de clase, poner el despertador a diario. Al menos tenemos treguas y paréntesis. Y no insistas. No puedo saltar cuando todos miran, cerrar el último bar, bailar, distinguir unas flores de otras. No esperes demasiado de mí. Te harías daño.

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